Cementerio de autos

Autor: Diego Garcia Canto 

 

Llega a la parada y con suerte ve venir el colectivo, - esta vez no lo tengo que esperar - piensa.

Sube, saca boleto y se sienta.

Se encuentra exhausto, pero no de la jornada, es la vida la que jode, pero para qué pensar en ello no conduce a nada.

Entre los edificios ve asomar los primeros rayos del sol.

Es sereno de oficio y vive a contramano con los horarios, a él le agrada - viajo tranquilo y cómodo - suele decir y no es poca cosa pues del centro a lugano tiene un viaje interesante.

Su metro noventa, su cuerpo robusto, sus brazos fuertes y su ancha espalda no hacen más que mostrarlo ridículo en su sillita de plástico peleándole al sueño, triste testigo de lo inmóvil; condenado a la soledad nocturna, soledad monótona y mustia…soledad que aunque remunerada resulta cargosa.

Qué iba a hacer, con la edad que tiene y luego del problema de salud no hay muchas opciones para elegir… menos todavía en este tétrico y chusco país.

Saca el pañuelo del bolsillo y se seca el sudor de la frente, es un día denso y viscoso, como suelen serlo cuando el verano atrapa a Buenos Aires y a Don Carlos siempre le molestó el calor sucio de esta ciudad.

Treinta años de su vida los perdió en la metalúrgica, llegó a ser el capataz de la planta, el despliegue físico que allí hacía contrasta groseramente con la monotonía sedentaria de su actual oficio.

Su vida es igual de excitante que su trabajo, vive con su mujer Domitila en Lugano, en una humilde casita que tiene todo por ser reparado.

Su hijo mayor la está luchando en Misiones mientras que el menor, casado y con una hija, se defiende en Río Gallegos.

Si bien en estos siete años la lejanía de ambos se hizo difícil, es digno el papel de los dos gatos y el perro, fieles destinatarios de un amor estéril.

Pero no hay ser viviente que suplante el amor por una nieta, menos cuando aún no se la conoce y hay que conformarse con unas pocas fotos, verla crecer en dos dimensiones y jamás escucharla… ¡Qué cruel resultó la distancia!

A dos asientos suyos un jovencito con pretensiones de rudeza enciende un cigarrillo y se dispone a disfrutarlo. Don Carlos se para y de mal modo le pide que lo apague, el joven lo mira de los pies a la cabeza, lo que le lleva un tiempo, y acertadamente tira el cigarrillo por la ventanilla, y junto con él su estúpida rebeldía.

Quizá pocas situaciones son tan apropiadas para divagar con la mente como las primeras horas del día, máxime si uno está cómodo, si además lo apremia el cansancio, el sueño y una vida furiosamente tranquila.

Es seguro entonces que su mente viajará, andará por los senderos del pasado y en alguna morada buscará abrigo, esa morada es vivencia que nos viene al recuerdo, es recuerdo que nos divierte pues lo vemos a la distancia y a la distancia todo se ve distinto, entonces nos vemos con unos años menos e inevitablemente se nos escapa una sonrisa.

Como Don Carlos se sentó, abrió la ventanilla y una fresca brisa lo reconfortó. Como además esta cansado y con sueño, ineludiblemente divagó.

Seguro tuvo que ver lo de ese pibe fumando porque enseguida le vino a la mente su primer cigarrillo, con la mirada perdida vaya a saber donde empezó a ver imágenes más nítidas y reales que las que tiene frente a sus ojos.

Se encontraba en la cocina observando la mesada, sobre ella está la lata que usa de cigarrera su padre, dentro hay varios imperiales, por un instante recordó el olor de esos cigarrillos, le pareció sentirlo, pero el instante se fue y el olor también.

Tiene trece años y está solo en la cocina, con solo estirar la mano puede tomar un cigarro.

Que mortal a esa edad no siente el deseo sublime de ser hombre.

Y qué mejor manera que fumando un cigarrillo. Total papá no está.

Prende el cigarro, lo respira…tose…se lo mira entre los dedos, a la quinta pitada ya sopla el humo con destreza.

Pero papá está, y lo ve de espaldas despedir una hermosa bocanada de humo, entonces papá lo fajó con el cinto para que no queden dudas que aun es un niño... y que los niños no fuman.

Papá nunca se enteró, pero en ese momento Carlitos empezó a ser un hombre.

Luego se vio fumando yendo a Entre Ríos, camino de tierra y al mando de " la cielito", como llamaba a la estanciera modelo cincuentiocho, su gran compañera, el nombre se debía al celeste ridículo con que vino pintada.

Se veía feliz, a su lado estaba Julio y atrás Mario, sus grandes amigos. Se acuerda del pinchazo y que allí no pasaba nadie, de la noche que pasaron en medio de la nada y de la borrachera que se agarraron pues el alcohol no escaseaba, se acuerda también del primer auto que llego al lugar, el auto del comisario…

- Damas y caballeros de remate de aduana al público sin intermediarios…- grita una voz fuerte y chillona, se trata de un juego de destornilladores a muy buen precio.

Don Carlos salió de su momentáneo éxtasis, maldijo la oferta y pensó - como cambió todo en estos últimos tiempos-

Pensó en su último cigarrillo hace cinco años, en realidad no recuerda cuando lo fumó, pero nunca olvidará el infarto que padeció, ese horrible dolor en el pecho, y luego el médico prohibiéndole los puchos y Domitila haciéndole jurar que nunca más prendería uno.

Es que luego del cierre de la metalúrgica se vio trabajando en distintas cosas, siempre apareció algo, pero los ingresos que nunca fueron holgados se hicieron paulatinamente más ajustados.

Julio y Mario mueren con un mes de diferencia, esto fue desastroso, sus amigos se fueron, sus amigos partieron, marcharon juntos y sorpresivamente. Que duro golpe fue, si se habrán ayudado en las malas, si se habrán embriagado en las buenas; pero ya no están y Don Carlos por vez primera se sintió solo.

Luego sus hijos se alejan, primero el mayor, mas tarde el menor y de veras se van lejos.

Con el correr de los días nuevamente se siente solo, con su mujer sí, pero solo…solo y ajeno.

Don Carlos se fue apagando, su vida era laburo. Nada lo entretenía, estaba apagado y así vivía, la única esperanza, el único motivo, era juntar unos mangos para ir a conocer a su nieta, pero a ese ritmo su nieta se jubilaría sin conocer al abuelo.

Su única sonrisa surgía los domingos de mañana, era cuando cielito salía a la calle, cuando la lavaba, la tenía impecable, amaba ese vehículo.

Pero manejarlo le era imposible, pensaba en sus amigos muertos, en sus hijos lejanos y entonces se acentuaba la distancia y la soledad, directamente no lo usaba, permanecía en el garaje toda la semana; con el espíritu dormido, con el alma latente… igual que su dueño.

Así, con esta angustia permanente, con esta calma forzada sobrevino el infarto.

Y casi se va…pero tuvo suerte, tuvo una suerte bárbara, y ahora no puede fumar, guarda con lo que come y a caminar una hora todos los días…si su vida ya era detestable ahora es simplemente imposible.

Pero cuando vendió a cielito la gota colmó el vaso, odió tener que hacerlo, sintió traicionarla pero no le quedó otra, esa noche lloró y nunca más habló del tema.

Jamás fue el mismo.

Cuatro años vacíos y tristes pasaron sin cielito, esta mañana sin buscarlo se sorprendió con esos recuerdos, pensó en esto una vez más y maldijo al vendedor.

En unos minutos el colectivo pasará frente al cementerio de autos más grande de la ciudad.

Se trata de un inmenso predio repleto hasta el hartazgo de vehículos, restos oxidados de individuos mecánicos tristemente olvidados, deshechos por una sociedad que necesita ir más rápido.

Son miles de columnas informes de hasta siete metros de altura.

Todos los días Don Carlos buscaba temeroso con la vista a cielito entre esos cadáveres, temía encontrarlo allí, como aquellos de los que no tenemos noticias y nos preguntamos si aún viven.

Decidió esta vez buscar con mas ahínco.

Incluso suponiendo que la estanciera estuviera allí era imposible que la vea, harían falta varias horas para posar los ojos en cada uno de esa multitud de vehículos y él contaba con escasos segundos.

Los minutos pasaron, se lleva una pastilla de menta a la boca, costumbre que le quedó de un estúpido engaño para dejar de fumar. Se asoma y mira, mientras el colectivo circula él observa la mayor cantidad que puede de autos.

Frenéticamente apunta sus pupilas en distintas direcciones, al rato piensa - ¿qué hago?, ¿estoy loco?, es imposible encontrarla -  cierra los ojos y se resigna.

A media cuadra termina el predio, Don Carlos hecha un último vistazo despreocupado, repara en una enorme columna de vehículos que resalta sobre las demás por su altura, - ¡serán nueve metros, serán diez, que torre fabulosa! -

Al mirar el vehículo superior algo le llama la atención, si bien el óxido en gran parte lo ha corroído, en algunos lugares a manera de manchas conserva su color original, pero cuesta discernirlo.

Eleva sus manos y cubre del sol sus ojos, en ese instante distingue perfectamente la trompa del vehículo…es una estanciera.

Fuerza la vista en la puerta derecha que está semiabierta y ahí distingue claramente ¡¡¡una mancha celeste!!!

Cuando lo imposible se transforma en posible se llama milagro, eso es lo que ocurrió, un milagro…un maldito milagro que a Don Carlos lo hizo revivir.

Es cielito- comienza a gritar desaforado- es cielito carajo!!! Es cielito.

Su débil corazón late más fuerte, como recordando otras épocas, sus arterias y venas se dilatan dejando pasar más contenido, su cara dibuja expresiones ya olvidadas.

Está eufórico, se para y grita - ¡Pare chofer, déjeme acá carajo, no me aleje más! -

Baja y cruza la avenida sin mirar, el sol pega y lastima, siente el calor, se abre la camisa y camina hacia cielito.

Llega al punto más cercano, en este momento esta frente a un alambrado olímpico e inmediatamente después comienzan los fierros, entre dos columnas de autos separadas por un metro se distingue la fabulosa torre sobre la que se halla cielito, estará a treinta metros de él, es la más alta.

Como efigie de un ser sobrenatural venerado por los crédulos se encuentra la estanciera y está bastante entera. Entonces así ubicada se ve altiva y orgullosa, como gallardo dominante de la región, como valiente guerrero por encima de sus muertos.

Don Carlos la contempla extasiado, no sale de su asombro, su corazón late de felicidad como hace tiempo no hacía, tiene que luchar con el sol pues está justo detrás de cielito, si bien frunce el ceño  y se cubre con la mano, un maldito rayo lumínico entró por sus ojos haciendo blanco en ese extraño lugar que cosquillea en lo profundo de la nariz y produce un curioso estornudo.

Estornudó con ganas encorvando la columna, una lagrima salió del ojo y esa lagrima le abrió el camino a otras…pero estas nada tenían que ver con el sol y todo eso.

Ahí esta él, feliz, llorando y vivo…¡por fin está vivo!

Da un paso al costado con tanta mala suerte que pisa el sorete de un perro, mira al piso y se ríe - ¡Qué carajo me importa! - dice justo cuando divisa a dos metros un cigarrillo apagado por la mitad.

Siente ganas de fumar.

Lo levanta, lo enciende y lo goza.

Nadie camina por esa vereda, lo cual contribuye a darle intimidad a este reencuentro, empieza a hablarle.

Amiga, cuanto te extrañé todo este tiempo, que hermoso es encontrarte, ¿qué hizo con vos el idiota que te compró? - cielito parece escuchar atentamente -¿por qué te abandonó?…sí, ya sé, la culpa es mía por haberte vendido…pero creéme que no me quedó otra, fue la operación de Domi, perdoname amiga pero tuve que hacerlo, perdoname…

Así había sido, la cadera de Domitila no resultó de las mejores, con el tiempo los dolores fueron en aumento hasta que el médico dio el okey para la operación. La cirugía había que pagarla y no tenían con qué.

Pedirle a sus hijos ni se le pasó por la cabeza a Don Carlos, sabía que ellos tampoco andaban bien. A él no le alcanzaba y pedir un adelanto o un préstamo era imposible, no podría pagarlo ni en veinte años. Si hubiera estado Mario lo hubiera ayudado, pero no estaba y odiaba lamentar a su amigo por el dinero que le hubiera dado cuando su sentimiento era puro, él sufría su amistad…su ausencia le dolía.

Por esas cosas crueles que tiene el destino, el monto de la cirugía era exactamente igual al costo de la estanciera. Pero evitaba pensar en venderla y buscaba con desesperación alguna otra posibilidad… pero no la había.

Cada vez que Domitila le decía de vender la estanciera discutían, un día discutieron mal y la discusión terminó cuando ella le dijo a los gritos:

¡Qué esperas para vender el auto, acaso preferís que esté muerta!, si encima no lo usas, lo único que haces es lavarlo, ¿para qué lo tenes?, ¿me querés decir para qué?…ma si, metete ese auto de mierda en el culo…- y se fue llorando a la cocina.

Recién ahí Don Carlos entendió que debía venderlo, pero las palabras de su mujer le dolieron en el alma, nunca antes alguien había insultado a su amiga y tuvo que ser ella, su mujer, quien lo haga.

Sigue parado ahí cuando se le ocurre un disparate, una auténtica locura.

¡Ya sé lo que voy a hacer - y curiosamente la encuentra cuerda- te voy a sacar de ahí, te voy a liberar y volveremos a andar juntos si, otra vez por los caminos, iremos a pescar si, pero iremos solos, Domi no vendrá, ella te insultó, a vos que fuiste quien le pago la cirugía, yegua desagradecida…

Tira el pucho y busca como franquear el maldito alambrado, encuentra en el piso un agujero, se recuesta en el suelo e intenta pasarlo, pero es inútil, semejante cuerpo no logra entrar en tan diminuto orificio diseñado para niños traviesos.

1Se para, está sudando demasiado, se saca la camisa y la tira, piensa en treparlo - si llego hasta arriba me puedo agarrar de ese auto, subo en él y luego salto…sí, voy a poder-

Empieza a trepar, ¡Cuánto hace que no realiza esfuerzo parecido! Le cuesta, músculos que se creían muertos luchan por contraerse, se zafa el pie derecho, queda colgado de las manos, ahora pisa mejor, se esfuerza, logra llegar al auto, se aferra de él, lo sube, ya está dentro, se deja caer, su cuerpo alcanza torpemente el suelo, se va de espaldas y de repente - ¡Ah! La puta madre - un filo cortante le dibuja un lindo tajo en la espalda, la sangre se mezcla con polvillo de oxido, con tierra y con sudor, formando curiosos dibujos oscuros en su blanca piel.

Y sigue a los gritos.

¡Mirá el tajo que me hice carajo, todo por esa imbécil y su maldita pierna…por tres cuadras de mierda que camina…cerda miserable…!

Deja de gritar, le hubiera gustado seguir pero le falta el aire, entonces apoya las manos en sus rodillas y así toma respiro, jadea y suda exageradamente, la herida le duele, le arde, pero se siente vivo y que mierda le importa que esto sea una locura si por fin hasta su fibra mas íntima se encuentra disfrutando el fabuloso placer de la vida, el asombroso goce de la existencia.

Se aproxima a la columna esquivando trastos, pasa por sobre el baúl de un viejo valiant, por dentro de un diminuto gordini, el cual traicionero le surca un tajo en la pantorrilla derecha, pero esta vez el hombre no se inmuta, su mente está en otra cosa.

Bien que te llevó de luna de miel, pobre cielito y tuviste que insultarlo…auto de mierda…- vuelve a gritar - ¡Mierda sos vos…hija de puta…ahora te duele la otra cadera …lo siento perra…te vas a tener que aguantar el dolor…como me lo banqué yo!

A lo lejos un perro, guardián de lo sin dueño, escucha el griterío y se dispone a poner orden, empieza a ladrar desaforadamente y emprende la carrera.

Don Carlos llega al pie de la columna sucio, herido y agitado.

Ve a cielito en lo alto e inevitablemente piensa en sus amigos cuando un imprescindible espejismo se apodera de su mente, allí están Mario y Julio que lo llaman desde lo alto, él les responde - Si muchachos, aguanten ahí que ya llego…-

Rebosa de alegría.

La subida es terrible, trepa el bedford que esta debajo, luego a la f-100 y así sigue.

Los ladridos se escuchan cada vez más cerca, pero de pronto se callan, resulta que cobarde como son todos los perros, los caninos y también los otros, este individuo una vez que lo vio se quedó escondido esperando que trepe unos metros para de esta manera, fuera de peligro, mostrar toda su gallarda bravura a través de salvajes ladridos.

Se detiene un momento, necesita cobrar aliento y estudiar los próximos pasos.

Se encuentra como a seis metros, ante el tramo más difícil, son dos metros verticales, teme la caída, mira bien de donde aferrarse, si se suelta caerá al vacío, casi duda…pero no pudo, sus amigos lo llaman de arriba, les grita - allá voy chicos - y emprende el obstáculo, trepa, la columna de autos se empieza a mecer en un inquietante movimiento de vaivén, el perro ladra ahora furioso, parece excitarse ante tal despliegue.

Eleva el pie derecho pero se complica, el pantalón se engancha en un fierro, por la posición que tiene no puede volver atrás, apoya ese pie, se suelta una mano y con ella se afloja el cinturón, se desabotona el pantalón, sigue viaje entonces en calzones.

Ahí se lo ve, desnudo, humillado, convertido en un ser primitivo; cubierto de sangre, tierra y sudor, esforzándose por lo imbécil, luchando por lo vano.

¡Y qué formidable espectáculo!, un cuerpo enorme y viejo gastando hasta su última chispa por subir esa pila de basura, y como único espectador un miserable perro sarnoso que ladra para olvidar por un momento la picazón que lo carcome.

Supera ese tramo, trepa los dos últimos autos y llega a la cima, mucho lugar allí no hay, por lo que sin pensarlo se sienta al volante.

Sus amigos no están…él lo presentía.

La torre se inclina hacia un lado y luego hacia el otro.

Llora desesperado, ha ido demasiado lejos, lo ha logrado.

El perro desgraciado sigue jodiendo.

Está agitadísimo, sudando a mares, con el corazón alocado y una carencia de oxígeno preocupante, repara en el interior del auto y lo encuentra bastante sano. En la luneta trasera varias calcomanías certifican cantidad de viajes realizados. Falta el asiento de atrás, esta puerta, algunos vidrios, pero no está mal, - te voy a salvar amiga - piensa.

Mueve la pierna izquierda y la inocente rodilla acciona el limpiaparabrisas, éste se mueve toscamente sobre el vidrio seco y sucio. Don Carlos reacciona riendo y llorando - ¡Estás viva!… te voy a sacar de acá…lo juro…-

Busca desesperadamente como hacer para que caiga, se da cuenta que no es fácil, pero ve un pequeño apoyo que si se vence deja la estanciera librada a la gravedad.

Empuja con todas sus fuerzas, la inclinación de la torre se hace más pronunciada, sigue empujando, - y todo esto por esa cerda egoísta…esa perra de mierda…pero te voy a cagar puta…te voy a cagar…- ya enajenado grita sin control.

A cada grito se acentúa el esfuerzo, también los ladridos, grita, empuja…putea y empuja, una vez más como en tantos momentos bravos su mujer le da fuerzas.

Su corazón está al límite, sus ojos inyectados en sangre, más fuerte putea y más fuerte empuja.

Sus manos se cortan y el filo del que agarran se entierra en sus carnes…un dolor ya conocido asoma en su pecho…una lagrima cae por su mejilla…

Justo en ese instante se vence el apoyo y la estanciera empieza a caer, debido al bruto impulso que hizo sale despedido y caen juntos.

Pasan segundos.

Impacta pesadamente en el suelo, en ese instante se sintió entero, el problema fue al instante siguiente, la pesada estanciera calla por fin ese maldito ladrido y aplasta con la peor intención a Don Carlos moliéndole todos los huesos.

El resto de la torre se desplomó sobre ellos.

El olor crudo a sangre le hizo abrir los ojos, respira con esfuerzo desesperado, el maldito licor púrpura bulle por su boca.

En esas condiciones hasta el más estúpido nota la proximidad de la muerte.Y en esa fracción de tiempo desesperada que la precede Don Carlos exclama echando espuma - ¿Qué pasó Domi…qué me pasó? -

Y muere.

Desde la ventanilla de una grotesca casucha improvisada en un viejo y harapiento colectivo, un ciruja siguió todo el show.

Nunca sus ebrias neuronas podrán entender qué llevó a ese hombre a trepar esa torre y arrojar de su cúspide ese miserable fitito, después de todo tampoco es algo que le interese demasiado.

Pero la intromisión le molestó, y con asco luego de un fuerte eructo exclamó  - ¡Perros de mierda, ganas de joder que tienen!…¡Bien muertos están carajo! - y comenzó a sonreír con ganas…por fin tenía motivo para ello.

Eran las cinco de la tarde y su marido no ha llegado, Domitila dio aviso a la policía pero no tiene novedad alguna. Desesperada llora junto a una vecina y por décima vez le dice -…tengo miedo que lo haya pisado un auto…-

 

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