Autor: José de Zayas Díaz

¿Digestivos?

El impacto que tuvo la cocina alemana en mi estómago fue superior al que me provocó el cambio del ñame con bisté de abuela Roberta para el chícharo y la macarela del Preuniversitario. Sufrí un poco más, pero del tormento viene la perfección, según los apóstoles; ya he logrado comer con satisfacción algunas cosas antes inimaginables. Y a veces hasta con morriña, como diría Julio Iglesias.

Bueno era el comedor, el Mensa, para los alemanes, algo raro para nosotros. Era un edificio donde se alojaba el comedor de los alumnos y el de los profesores con bandejitas plásticas, el restaurante, una cafetería, un club juvenil nocturno para carnes vivientes y un salón recibidor donde vi por vez primera una muestra de arte con fractales hechos en computadora. El almuerzo costaba la cifra de 70 céntimos, muy económico para lo que recibíamos.

Almorcé mucho Eintopf - literalmente "un caldero"-  o potaje de lentejas o frijoles blancos donde siempre flotaba una gruesa salchicha en medio, pues los de otro color no aparecen por allá, quizás por miedo. Los embutidos son la especialidad de los germanos: gordos, flaquitos, ahumados, dulces, picantes, de hígado, de pulmones, morcillas, jamonadas y jamones, más caros por supuesto. El acompañante natural de las carnes y platos varios es la papa, nacida en el Perú pero cuyo cultivo libró a Europa de las hambrunas
después de Colón: hervida y aplastada o hervida y con cáscara para que uno se entretenga en desnudarla. Los bistés en cazuela del comedor siempre con salsa, aunque no piensen que rojita, al igual que el fricasé que viene envuelto en salsita blancuzca. También me zampaba con buen apetito a la hora del almuerzo una sopa de ciruelas dulces o un arroz con leche bien caliente. En la esquina de la bandeja casi siempre una manzana, pera  o alguna naranja. Cuando las últimas llegaban de Cuba por convenios con el CAME las comparaban con pelotas de béisbol, pues están acostumbrados a pelarlas con los dedos, como hace fácilmente con las de Marrueco, de donde venían bien anaranjaditas y con un sellito como el que ahora le ponemos a las Cubanitas made in Jagüey Grande, que siempre han sido más jugosas y dulces (promoción sin costo adicional). Ya era otra cosa acostumbrarse a comer espinacas. El vegetal verde bien molido, hecho un puré y con revoltillo amarillito de acompañante impresiona. Parece una cosa mala.  Las coles son omnipresentes, hervidas, en curtido o como ensalada dulzona. Las coles digo, en plural, porque ahí clasifican la col blanca, la col morada, la coliflor y la pequeña col de Bruselas que es un plato más selectivo. Las pastas italianas se consumen casi normalmente.

Cuando podíamos íbamos al restaurante, a mejorar con una chuleta o un fricasé de pollo con salsa blanquita, ensaladas y hasta algún arroz blanco, o papitas fritas y una cerveza de cualquier marca. Si había tiempo pasábamos por la cafetería. Allí ingeríamos un tazón de té, uno de café con bastante
agua y algún "cuadrito" de azúcar, refrescos, leches y llegué a ver algo nombrado "helado de bananos" que hubiera provocado un infarto al administrador de Coppelia o a los moscovitas, que sí saben hacer helados y bombones. Embúllese y hágalo. Para confeccionar este ODNI - objeto ingerible no identificado - se colocan en una linda copa dos o tres platanitos maduros bien fríos - sin cáscara, para que anoten bien -, se le echa crema y sirope y se adorna con alguna cereza.

Fuera del comedor encontré cosas que no pude tragar. Tartar llaman a un plato que deben haber traído los hunos de Atila cuando dejaban sin hierba al sacrosanto Imperio Romano. Se mezcla picadillo de res y de cerdo a partes iguales, con el contenido de un huevo, sal y pimienta. Se come todo crudo. Dicen que es saludable. A mi me gusta el crudo de pescado, curtido que se popularizó aquí en los años 70, venido del Perú del General Juan Velasco Alvarado, pero que ya no estaba en onda cuando llegaron los tiempos de los sucesos de la embajada. Los Incas, además de la coca han aportado bastante a la alimentación mundial aunque no conocieran la rueda.  Los vinos - como los del Rin -  también son orgullo nacional, aunque se
importa bastante. Pero las cervezas si son la candela, aunque los irlandeses toman más que ellos. Lager además de campamento significa también "almacén", se pronuncia "laguer" y  Lagerbier es la cerveza cuyo proceso implica almacenaje por un tiempo largo. Tienen una pila de marcas: claras, oscuras, dulces, amargas, fuertes y suaves, sin alcohol y para diabéticos. Cada región tiene su propia industria y la calidad depende de la cebada, el lúpulo y el agua utilizada. La magnífica y checa Original Pilsner mantiene
su nivel de producción desde hace años, para no tener que tomar el agua o los productos agrícolas de otra región y no perder calidad. Las zonas germanas colindantes producen también con excelencia. Cuentan que la cerveza es buena cuando una vez que se seca queda bien pegajosa la jarra que las contuvo. Los aspirantes a maestros cerveceros en los gremios de la Alemania feudal tenían como prueba de graduación un experimento. Tomaban un banco de madera, lo empapaban de cerveza recién terminada y sentaban a los maestros examinadores allí a beber un rato. Cuando se secaba el producto los viejos se levantaban y si el banco se adhería firme a los calzones el resultado era aprobado. Desconozco la prueba a la que sometían a los de la industria del Pegolín.

Los quesos son otro mundo. No con tanta tradición como los franceses y los holandeses, pero allá hay unos cuantos: amarillos, blancos, con huequitos y sin ellos, pastosos y duros. Como el único sentido que me ha funcionado siempre es el olfato, nunca pude soportar la delicia de ingerir los que contienen bastante hongo Penicillium, que los hacen oler cada vez más y atraen a los bichitos, o los del tipo roqueforti con vetas azules. Una amiga me jugó la broma de esconderme uno de esos artefactos debajo de la almohada,
lo que generó una atmós fera en el cuarto y en nuestras relaciones nada saludable. Kike, que terminó casándose con una alemana, los consumía. Si no lo conociera bien podría pensar que es capaz de llevarse cualquier cosa a la boca.

Las cubanas croquetas espaciales - esas que se pegan al cielo de la boca - no han muerto de envidia porque no conocen las bolitas de harina de patatas jóvenes que se juntan allá en los platos con salsas y carnes. Eso es casi una Delikatesse.

Si no han perdido la tradición a causa de la globalización de las hamburguesas Mc'Donalds - cosas veredes, Sancho, dijo el Quijote, cuando recordó a Hamburgo el más grande puerto de Alemania, que se tragó el comercio y la industria naval de Rostock de un bocado tras la reunificación - entonces todavía se pueden diferenciar neoyorquinos y berlineses por el tipo y forma de comer pan con algo, que no sea pasta de guayaba o en cubanensis "timba". Recuerden que las guayabas del Perú no se pueden cultivar allá. Para mermeladas tienen las deliciosas fresas, manzanas, peras, cerezas, ciruelas y frutillas de todo tipo.

Volviendo a la esquina del pan, la jamazón vespertina es el Abendbrot, o sea, el "pan de la tarde".  Casi no hacen falta platos, bastan unas tablillas donde poner rebanadas de pan sobre todo negro o integral y encima se le unta o se le coloca lo que se tenga a mano, p. ej. manteca de puerco fría sin sal, mantequilla, queso o uno de los mil embutidos,  se ahorra, pues no se pone una tapa de pan encima y así se propicia que muchachos como yo se embarren la ropa. No se asusten. Según una de las partes de "El país de las sombras largas"  los esquimales comen más grasa y la sacan de las focas.

Los peces no son tan vistosos y apetitosos en las aguas frías de Europa, menos en el Báltico. El lenguado - "tapa cu..." en cubanis vulgaris - y las anguilas son platos de altura.

Como ya estamos bastante llenos y algo cansados vamos a echar una siestecita y no contaremos más del tema hasta que encontremos una liebre asada o un pollito relleno con manzanas.

    Nota: esto es parte de un texto en preparación, con memorias sobre mis
estudios en la RDA entre 1975 y 1979.

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Desde Cuba : José de Zayas Díaz

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