Sobre cómo comer en la India

Autor: Santiago Mármol

No todo lo que resulta fácil en nuestro país, cualquiera que sea, continúa siendo fácil en la India. Distintos pormenores hacen que los viajeros que recorren estas tierras se enfrenten, cada día, a nuevas y tormentosas encrucijadas que empañan ( o enriquecen, según se mire ) la normal y deseada estadía en este insalvable país.

En el transcurso de un día corriente uno se ve obligado a decidir, entre dos o tres opciones generalmente, sobre qué es lo que se quiere hacer o qué es lo que más conviene. Ejemplo de esta situación sería: voy al museo a la mañana y a la tarde al palacio, ¿o al revés?. Decisiones irrelevantes. Pero a la hora de la ingestión de alimentos es cuando uno se enfrenta, desgraciadamente, a la más terrible de las disyuntivas, ya que el abanico de posibilidades que se abre sobre este menester es tan amplio, que provoca que el sencillo y natural acto de comer en un restaurante se torne, cada día, en la más tediosa de las torturas indias. No en vano, cada extranjero que visita el país pierde, ineludiblemente, un par de kilos. En muchos casos, más.

La primer gran decisión a tomar refiere al tipo de comida que se desea ingerir. El hambriento viajero deberá decidir entre un plato típico de la comida india (thali, masala, samosa, puri, etc.), los populares meals ( una base de arroz blanco acompañada con tres o cuatro pocillos llenos de yogur, salsas, etc.) o bien la cocina internacional, presente en casi todas las ciudades turísticas.

La elección, en un principio, parece fácil. La curiosidad nos arrastrará, casi sin darnos cuenta, hasta cualquiera de los comedores populares, reservando las especialidades de la comida china o italiana para cuando el cuerpo pide, a través del aparato digestivo y finalmente por vía anal, una tregua sobre la comida india.

Superado el primer obstáculo y suponiendo que la solidez de nuestro cuerpo y nuestros desechos nos permite continuar saboreando la comida autóctona, nos encontramos con el dilema de comer sentados o comer parados. Cabe destacar aquí que en los restaurantes de comidas extranjeras siempre se come sentado, y en la mayoría de los casos, atendidos por un servicial y sonriente camarero de engrasado bigote, impecable camisa blanca abotonada hasta el cuello, un fresco pantalón de traje negro y largo… y descalzo.

Por otro lado, comer parado implica, indefectiblemente, comer en la calle, en alguno de los centenares de puestos que se esparcen por todas las ciudades y en cuyos vendedores no hablan otra lengua que no sea el hindi. Bajo estas circunstancias, es muy probable que uno se encuentre con situaciones y diálogos similares al siguiente (traducción al español para facilitar la lectura):

*Nota: en cada respuesta positiva del servicial vendedor indio, el lector deberá  imaginarse un movimiento de cabeza entre oscilatorio y circular, fiel representante de la afirmación y hasta reemplazo absoluto de esta.

(Turista señalando un plato de comida) – ¿Qué es esto?

- Cinco rupias!!

-Bueno, pero ¿qué es? ¿Qué tiene adentro? ¿De qué esta hecho?

(vendedor poniendo la comida en cuestión sobre papel de diario) – Cinco rupias!!

-Pero ¿cómo lo hace? ¿Es de harina o de otra cosa? – Sí. – Sí qué, ¿es de harina? – Sí.

-¿Y adentro tiene verduras, carne, pollo o qué? – Sí. – ¿Tiene verduras? – Sí. – Qué verduras, ¿papas? – Sí. – ¿Zanahorias? – Sí. – ¿Coliflor? – Sí. – ¿Mariposas? – Sí. ¿Y las mariposas las traen de  Júpiter? –Sí. – ¿Seguro que no son de plutón, no? – Sí. – ¿Y es picante? – Sí. – ¿Mucho o se puede comer? – Sí… Bueno, deme uno de mariposas etéreas de Júpiter, con corazón de oso panda zurdo y en celo, bañados con salsa rosa de pelos de Gerardo Romano.

Si bien es cierto que el dialogo puede llegar a variar, el resultado final será, inevitablemente, el mismo. Tendremos que tragarnos una masa fusiforme, empapada en el repugnante aceite de coco recocido mil veces y rellena de alimentos in deducibles ya que la incontrolable sensación de tener la boca en llamas, sensación inmediata al primer mordisco, anulará por completo la acción de nuestras papilas degustativas haciendo impreciso el reconocimiento del alimento ingerido.

Hartos de sudar chilli decidimos cenar cómodos y sentados. Nos dejamos empujar amablemente hasta algún restaurante y en el camino respondemos sobre nuestros nombres, nacionalidad, estado civil, tiempo de estadía en India y tiempo de estadía en la ciudad ( en ese orden). Antes de sentarnos a la mesa, por pedido explícito del camarero nos lavamos bien las manos y recién entonces llegamos al momento de tomar la tercera gran elección, comer con o sin cubiertos. En realidad, es la segunda opción la que nos interesa, ya que es el único modo en que comen los indios.

Esta singular manera de comer, bautizada por mi amigo H. como “el método del emboque”, consiste en lo siguiente: una vez que el mesero nos trajo el recipiente repleto de arroz blanco y todos los pequeños recipientes con las distintas salsas que hacen a cada comida, se debe volcar la totalidad del arroz sobre una enorme hoja de banano y alinear los salseros alrededor de la mencionada hoja. Una vez seleccionada la salsa que acompañará al insulso arroz, se vierte un poco sobre una pequeña ración de este y se procede al amasado de la mezcla utilizando sólo la mano derecha. Cuando se consigue formar una especie de pelota con el alimento es cuando ya está en condiciones para embocarla en la boca, no en sentido figurado sino en el sentido literal de la palabra.

Si bien la trayectoria que desarrolla el bolo alimenticio entre la mano y la boca no supera los escasos diez centímetros, se debe considerar que lo que se está tratando de ingerir sigue siendo arroz, por lo tanto, una pequeña cantidad de este no llegará nunca a nuestras fauces, sino que rebotará en nuestros labios, lengua, dientes, bigote (a veces, nariz) y lloverá graciosamente sobre el resto de comida que está justo por debajo de nuestro adornado mentón. Hay que agregar que debido a las salsas con que se acompaña al arroz, la mano derecha persiste, durante toda la comida, embadurnada de distintos sabores y colores, y decorada por decenas de aislados granos de arroz que se extienden por los dedos y juegan a no despegarse de ellos, aferrándose como pueden.

Para evitar esa lastimosa y bochornosa situación gastronómica, se debe estar mil veces agradecido por el invento del tenedor y la cuchara, como así se debe agradecer la amable disposición de los dueños de restaurantes que procuran tener cubiertos para inexpertos comensales occidentales.

La cuarta y última decisión a tomar concierne sobre el estado de picor de lo que deseamos comer, aunque en realidad, la mayoría de los casos, por más que pidamos al mesero explícitamente “sin picante” o le insistamos nombrándole, una por una, todas las especies que NO queremos en nuestro plato, sin importar lo que pidamos vendrá, inevitablemente, bañado en toneladas de curry, sazonado con cantidades industriales de apestoso jengibre y rematado el sabor con incontables pedacitos de archí picante chilli, asesino de parásitos estomacales y dilatador general de anos.

 

Mount Abu, India. Abril 2002

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