El difícil y mágico Marruecos

Autor: Santiago Mármol 

 

La idea de visitar territorio africano surgió mientras estábamos en España, un poco congelados por el frío, y otro poco por el nerviosismo que nos cubría ante nuestro estado de ilegalidad en Europa. En busca de un clima más piadoso y aprovechando la ocasión para renovar la visa turística, tomamos un ferry hacia el continente negro y nos despedimos del primer mundo, en la ciudad española de Ceuta.

Si bien nuestro paso por Marruecos fue bastante rápido, apenas un mes, el tiempo fue más que suficiente para recorrer todo el país y vivenciar, en carne propia, esa cultura tan distinta a la nuestra.

En una primera impresión, el pueblo marroquí pareció amigable y dispuesto a ayudar a los curiosos turistas que deambulaban por las calles, pero inmediatamente te demuestran que su amistad cuesta dinero, o lo que les puedas dar. Lo peor del caso, es que no aceptan un no como respuesta, y son capaces de seguirte por kilómetros, insultándote e incluso, empujándote y golpeándote.

Se formó, de esta manera, una especie de paridad, un encantamiento mutuo, ya que el país y su cultura fueron tan atractivos para nosotros como nosotros fuimos para su gente. Tal es así que resultó imposible dedicarse a pasear por las medinas en paz ya que de cada diez marroquíes que nos cruzábamos, uno me pedía que le regale dinero, otro me decía Ali Baba (haciendo referencia a la barba de chivo que por ese entonces colgaba de mi mentón), uno me quería vender hachís y otros seis me trataban de arrastrar hacia sus tiendas en busca de venderme cualquier cosa. El décimo ni me hablaba ni me molestaba porque estaba entretenido metiéndole manos a mi novia. Tal vez es por eso que ella juró no volver nunca mas a pisar suelo marroquí.

Pese a todo yo si recomiendo visitar Marruecos ya que una vez que te acostumbras a ignorar a la gente; a no poder besar, tocar o llevar de la mano a tu mujer ( a no ser que quieras que se te rían en la cara); a despertarte sobresaltado de tu pulguienta cama del peor hotel del mundo a las tres de la mañana porque muy cerca tienes una mezquita que con sus altavoces anuncia la hora del rezo; a que los buses te dejen a la deriva en una carretera porque en el medio del viaje el chofer decidió ir a Rabat y no a El-Jadida, que era su destino original; a decirle NO a los que te insisten en cambiar a tu mujer por dos camellos; a que por el Ramadán no puedas ingerir bocado hasta las seis de la tarde; a que no puedas comprar ni siquiera un pan sin que el vendedor te quiera estafar, etcétera, pese a todo, repito, se pasa bastante bien y además es una buena oportunidad de acercarse mas a otros idiomas como son el árabe y el francés. En mi caso, incorporé gran cantidad de vocabulario de este último y aprendí, aunque no muchas, algunas cosas en árabe, sé decir, por ejemplo,  hola, si, no, mamá, papá, y saca tus sucias manos de mi novia bastardo.

En cuanto a geografía y naturaleza, el país es de gran riqueza. Las zonas montañosas del Riff y el Atlas, son espectaculares. Las costas del atlántico mejoran cuanto más al sur se va, y el desierto es tan impresionante que merece un capítulo aparte.

Si es por nombrar ciudades, la primera es, sin dudas, Chefchauen por su pequeña pero hermosa medina pintada de blanco y celeste y por la cantidad de amistosos gatos que se nos acercaban diariamente a compartir un poco de comida y sol.

Asilah y Essaouira son igualmente espectaculares y tienen la magia de las playas y los puertos agregada a las murallas provistas de cañones apuntando al horizonte

M’Hamid, en las puertas de la parte occidental del desierto del Sahara, la imponente Fez y la mística Marrakech completan la lista de lugares que hicieron de Marruecos el lugar apropiado para acercarme al islamismo, las costumbres musulmanas y que difícilmente olvidaré.

Barcelona- España, noviembre 2001

Ramadán: noveno mes del año musulmán, consagrado al ayuno y privaciones (abstención de alimentos, bebidas, perfumes, tabaco y relaciones sexuales, desde el amanecer hasta la puesta del sol)

Medina: En el norte de África, el casco antiguo de la ciudad, generalmente habitado por la población indígena económicamente más débil, por oposición a las zonas de reciente urbanización.

 

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