Otra vez borges

Autora: Veronica Spoturno 

“En la infancia yo ejercí con fervor la adoración del tigre”.

                                                J.L.Borges, “Dreamtigers”.

 

Primero fueron los tigres. Ya despabilada y mates mediante, escribí:

            Vi tigres. Es frustrante escribir eso, no poder escribir “veo tigres”, decir la experiencia tigre en el momento en que tigre. Pero la escritura es un instrumento tan pobre, y qué mal intérprete soy.

Vi tigres y no dormía, había abierto los ojos y los tigres perduraban. No había lápices cerca de la cama. Cerré los ojos y aparecieron esas rayitas movedizas que siempre acechan en los párpados cuando resulta que uno anda como loco buscando tigres.

Vi tigres, pero especialmente un tigre, una quieta ferocidad de tigre echado, que no voy a volver a ver, que va a obsesionarme hasta que el resabio que quedó en mis ojos me permita dibujarlo o escribirlo, y liberarme. Veo ahora que todo lo que escribo es como esos tigres que fulguran un momento y se van, y hay que estar haciendo esfuerzos para recuperarlos, extenuarse y quedarse sin dormir a veces, a ver si justo el tigre pasa y uno está soñando con mariposas o fantasmas, como un idiota.  

Y ahora, es decir, hace minutos, rompí la bolsita que envolvía El hacedor y abrí el libro al azar. El título del relato era, es, “Dreamtigers”. Es corto, unos renglones, dos medias páginas. Charly le decía a Fito que la música no era de nadie, que las melodías migran. Borges convence, en Fervor de Buenos Aires, de que es sólo un accidente que sea él quien escribe algún buen verso, y vos, yo, quien los lea. En otras circunstancias podría haber sido al revés. La idea, es sabido, se repite bastante en la obra de Borges, pero no siempre está expresada de una manera tan hermosa.

Pero volvamos a los tigres. Yo había visto, escrito, ansiado tigres esta misma mañana y leí, hace, digamos, media hora “Dreamtigers”, pensé en Alejandro y sus ruinas circulares, el cuento “Borges” y el breve relato 

Libro

a Pierre Menard 

Se llamaba Alejandro. Aunque no con frecuencia, durante años nos habíamos visto, de vez en cuando, por un amigo común. Esa tarde hablamos largamente y cuando se tocó la frente en el saludo y yo hice un asentimiento, quedó claro que no iba a volver a verlo. Sabía que en la cortedad de ese saludo había una necesidad de alejarse rápidamente de quien ahora era su testigo.

Antes me había referido su último sueño (había escrito “sueño último”, pero ya no se puede escribir así, desde Borges). No era reciente, pero no había vuelto a soñar después, o por lo menos no podía recordar lo soñado. Esto último lo agrego yo, él tenía o prefería la idea de que la visión del libro había matado su capacidad de soñar (usó más o menos esa expresión), por lo tanto había cercenado una parte suya, una parte importante, decía. Yo no puedo apreciar esa pérdida. Nunca sueño.

Alejandro había leído "Las ruinas circulares" ese mismo día. Por eso cuando vio el libro, destacándose sobre la madera oscura de la mesa, creyó saber qué líneas recorrería al abrirlo. Se equivocaba, era El libro de los seres imaginarios. Buscó la definición de las sirenas, no porque le interesaran especialmente, sino porque recordaba la fabulosa descripción. Después de la palabra "brutal", en la nota al pie, una llamada remitía a otra página. Eso era nuevo, no lo recordaba. Quizás una falla en el tomo (“Tlon, Uqbar, Orbis Tertuis”, claro, pensó enseguida).  Así que volteó las páginas, expectante. Su nombre completo estaba en el título. Entonces despertó. Pero ya no volvió a soñar, ni esa, ni ninguna noche posterior. El decía “me desvanecí” y era un poco así.

Después tramó un artificio para librarse de esa maldición: escribió un cuento sobre un sueño donde escribía un cuento que después resultaba haber sido escrito por Borges. Era una secreta venganza. Sin embargo, como dije, no volvió a soñar.

Pero la página sigue estando entre “Abtu y Anet” y “La Anfisbena”  y  lo espera a la vuelta de su última vigilia.

 que alguna vez escribí y nunca terminó de contentarme. Ahora, después de leer "Dreamtigers", parece tomar otro sentido, pero eso es algo tan personal y difícil de traspasar al papel que no voy a hacer ni el intento.

            Hablar del destino, de un destino particular para cada uno, me parece demasiado pedante. Creo que hay una perspectiva menos vanidosa para considerar lo mismo: de todo esto me quedó una sospecha vaga de que existen causas y consecuencias, de que hay un sistema cuyo funcionamiento me es imposible descifrar. Y este mismo pensamiento es tan borgiano que me da rabia, esto, sentirme tan invadida por pensamientos de otro que se me adhieren.

            Yo había delineado la figura de un tigre que me llegó con la mañana. Esta figura fue soñada por otro, hace años, fue robada de mí antes de que la concibiera. Se puede argüir que no necesariamente es la misma, que no son los mismos tigres. Como si importara. De ese descubrimiento me queda todavía una gasa, un tul borroso de maravilla.

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