Autor: Daniel Montoly

                La noche de LeCaves
                                  A Boris Vian



Me duele aquí... en el alma misma,
en ella traigo sus gritos
negros de labios de trompeta
con nudillos de hierro sonoro
como truenos zigzagueantes.
¡Bañad mi espíritu
con la sacra iniciación!
¡daros a beber del agua de su música!
¡Desnudad mi dermis
de cuanto no necesito
para ser de ustedes!.
¡Ungidme con sus dolores!
Calzad mis huellas con sus misterios,
daros un nuevo nombre
para ser alegre,
sintiendo los días como noches
tras los blancos cortinajes
del crepúsculo.
Que al morir, las notas del Jazz
escupan mi tumba.
¡Bailad sobre mis huesos tibios!
¡Sacadlo mejor de mí
y arrojadlo al río Mississippi
para que mañana nazcan
de mi ser las partituras,
y sean mis cenizas continuidad
de la alegría.
¡Bailad!¡baila todas las noches
que el Jazz se ha hecho mi destino.
¿Y el cielo?... !OH el cielo!
Ahora piso el cielo en Sain-Germain-des-Pre.

 

 

                       LA LUZ DESABITADA.


¡Era hermoso el mundo hombre!:
los murmullos del cielo
en bocas anónimas de silencio,
las aves repitiendo sus latidos
como presagios sin palabras.
Hoy sin embargo bullen
los espejos. Desde el amanecer
salen sombras de tiniebla
de los sótanos fríos y procases.
Nadie se atreve a recorrer
en oscuridad las multitudes
porque no hay voz para los hombres:
se consumieron en sus rostros
enmohecidos como duras escamas 
de la brutal indiferencia.
Seducidas por la muerte
y por gritos electrónicos
que escarban sin sueño
en sus nichos de hojalatas
para consumir
lo que le queda de hálito.
!Qué azul agoniza sin sosiego!:
la luz se esconde tras abanicos
de sollozos.
Sólo se advienen hojas desmembradas,
resbalan de los árboles
cayendo entre huertos de cucarachas
que nadie ya lo habita.
La luz quedó inhóspita,
como bouquet susceptible a todo,
estira sus alas de Ícaro,
y ahí muere de agobio: antes la sombra
de la vela.


                 En las nervaduras delasfalto.


Las tardes son aquí collage
de humanos con instintos sumergidos,
que pasan por los aleros sombríos
envueltos en humo de cigarrillos,
ensimismados el rin- rin de sus teléfonos.
Varias veces me he preguntado
¿Dónde conducen estas calles muertas?
¿Cuáles de estos seres que como reses
meditabundas las transitan?
Se murieron antes de que nacieran
como sórdidas expresiones de la angustia,
vencidos por sus diarios mecanismos,
reos autómatas con un destino trágico.
¡Almas!¡Concentraciones de almas polutas
de secos rostros góticos!.
Aquí que he sido forastero,
y melancólico testigo,
peleo diariamente con legiones de demonios,
para no tener el rol de uno de ellos
en mi reloj como destino:
al oeste, donde los años se acuestan
de lado con las noches.

             Tránsito en el agua.

Es la hora del crepúsculo:
-sexoambiguo
entre el día y la noche-
mis amigos –setenta en total-
toman café y charlan.
Las citaciones de versos
se repiten,
el léxico sexual de algunos
se acentúa con los tragos.
El tiempo
se adosa a la pared como musgo,
discurre arrastrando
sus agujas voraces por los rostros.
Yo observo, estoy y no estoy
en los diálogos,
me quedo varias veces en un “dejavu”,
con los ósculos de Edipo
fraguados en un vacío enorme.
Saco mi lápiz y tomo apuntes,
leo y releo los nombres temporales
de estas almas tránsfugas
aunque quizás no vuelva a verlas nunca
con los ojos de aquel día que antes tuve.

              UN OJO MUERE EN EL CAOS DE BROADWAY.


Un ojo se deja morir en huelga.
Sobre la ensenada del péndulo
va cayendo a la ladera
sin nombre de montaña importante.
Asume su inmortalidad aunque
aún hay rastros de luz
en el ósculo vacío:
ese hueco orfebre de ficciones
que recubre pensamientos
que de otra manera perecen
por la ingravidez del lenguaje.
Un ojo va muriendo sin máscaras
lejos de Venecia... de Broadway,
fuera del melancólico Tango,
de las tablas y las obras.
Agazapado y sin abrigo
queda en ese meticuloso aspecto
que lo hace diferente, simbólico
en la saliva y los mordiscos
del diario mundo circundante.
Sus posibles alas rotas
se disuelven en los orines
de la realidad,
desciende por los muslos heridos
del saber común...
al patio de rumores entre colillas
de marihuana y la suma de botellas,
claudica al bullicioso ataúd urbano.




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