La Pijaresca nacional  (Lectura crítica de Tadeys de Osvaldo Lamborghini)

Autor: Juan  Alcorta

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 ¿Eyaculo para poder escribir o escribo para poder eyacular? Lo cierto es que escribo al ritmo creciente  de una paja.

  Con Tadeys, Lamborghini inaugura un género: la Pijaresca. Que, insuperable ni siquiera igualable, se clausura en su obra inaugural. Las obras que pretendan continuarla, si es que hay suficiente espíritu plagiario, serán una serie de malas interpretaciones devenidas en textos, que quizás constituyan un auténtico género (al menos estaría representado por un conjunto considerable de obras, ¿requisito indispensable para pensar términos genéricos?) Un género otro, engañosamente parecido (es decir: opuesto) respecto a la pijaresca iniciada con Tadeys (¿género o simplemente Tadeys?).

A Tadeys sólo cabe releerla de modo indefinido, que es el modo de leer, nos pide, la pijaresca. Cagándonos de risa (¿cargándonos la pija?), ¿o que otra impostura amerita la humorada más espléndida que ha dado la literatura nacional?).

(Nacional: Domingo Faustino Perón montado a sus Cavallo Domingo pelado, tan pelado como don Juan Domingo Sarmiento).

Corrijo: La serie de textos plagiarios subsiguientes, sus estereotipadas malas interpretaciones, son las que en definitiva constituyen al género, dentro del cual gobierna (sin pertenecer realmente) la obra influyente por obra y gracia de una serie interminable de malos entendidos (Ejemplo: el Martín Fierro y su relación con el género gauchesco).

(Genero: despropósito cuya sorda discusión es la que posibilita el movimiento de esa generalización mayor a la que llamamos literatura).

 

Al ritmo creciente masturbatorio: ¿me masturbo para poder escribir o escribo para poder masturbare?) Lamborghi ni una cosa (Lamborghi) ni la otra. Novela incesante, cesante sólo en el cesar Lamborghi: ni siquiera: ¿cesa acaso Tadeys?

Inaugura la Pijaresca. Género degenerado: esta particularidad paradójica es precisamente su inauguración.

Durante años imaginé una escritura (liberación -¿de qué?-) así, imposibilitado de materializarla, como si hubiera una piedra estrangulando mi lengua. Presente, latente, sonando sonámbula en mi imaginación: impotente. Como si el conjunto de mi lengua (¿nuestra Lengua?) atesorara lo que sólo pudo nombrar Lamborghini. Por eso digo de su escritura que es esplendorosa: quiero decir: sospechada de mero juego. También que sirve para cagarse bien de risa (para tragarse bien la pija, ¿diría Lamborghini?). Y que acabó inaugurando nuestro más acabado (en todas sus acepciones) y redundante género nacional: la Pijaresca.

Nacional (Argentina): Domingos, sangrientos Domingos: Faustino Perón, montado en su pelón Cavallo Domingo, tan pelado y tan Domingo como el maestro de la Patria Juan Domingo Sarmiento.

La Pijaresca Lamborghini, entonces, se identifica con mi lengua estrangulada (impotente, latente, dura, arma dura), imposibilitada de desarmar la corriente cordura gramática dramática literatura. Por eso (lo que resulta obvio) lo imito (yuxtapongo el mito a mi escritura), sólo para imaginar que acaso puedo ejecutar (¿acabar yo también?) lo que sólo imagino: correrme en el placer gozoso  de lo Pijaresco.

 

Texto de placer: el que contenta, colma, da euforia; proviene de la cultura, no rompe con ella y está ligado a una práctica “confortable” de la lectura. Texto de goce: el que pone en estado de pérdida, desacomoda (tal vez incluso hasta una forma de aburrimiento), hace vacilar los fundamentos históricos, culturales, psicológicos del lector, la congruencia de sus gustos, de sus valores y de sus recuerdos, pone en crisis su relación con el lenguaje.

Aquel que mantiene los dos textos en su campo y en su mano las riendas del placer y del goce es un sujeto anacrónico, pues participa al mismo tiempo y contradictoriamente en el hedonismo profundo de toda cultura (que penetra en él apaciblemente bajo la forma de un arte de vivir del que forman parte los libros antiguos) y en la destrucción de esa cultura: goza simultáneamente de la consistencia de su “yo” (es su placer) y de la búsqueda de su pérdida (es su goce). Es un sujeto dos veces escindido, dos veces perverso.

                                        Roland Barthes, en El placer del texto.

 

Pajerizar la lengua en el pájaro placer Pijaresco. ¿Escribo sólo si estoy pajerizado o me pajeo sólo cuando escribo? Literatura pajarera: habitáculo de clausura que encierra  las raras aves  pajeras de nuestras letras. Lamborghi ni pájaro (Lamborghi) ni pajero. Extasis sin taxis. Imito, es el límite de mi imaginación. El consuelo material ajeno. Lo propio expropiado al otro (¿teoría marxista de la lectura?).

Degenerado género dado, inaugurado y clausurado en sí mismo, el muy degenerado: Pijaresco His-toor-ico o His-toor-ico Pijaresco (un tadeys va y viene, es un animalito viceversa).

La literatura nacional agradecida, abierta la brecha a los pija y toor dadores capaces de imitar (¿yuxtaponer mitos?) la saga de los tadeys, como quien revisionista recuerda la saga de los Domingos: el general Faustino Perón Perón (que grande sos) montado a su pinto pelado Cavallo pelón, tan pelón politicón como el hijo maricón maestro de la Patria, don Juan Domingo Sarmiento (se tiró un pedo y se lo llevó el viento).

Y mito, Lamborghini, éxtasis sin-taxis-, padre putativo del primogénito género degenerado: la Pijaresca his-toor-ica nacional, que patriota imito, sin llegar a ser mito ni Lamborghi.

  

Imitación, sí, pero no réplica, no puede haberla, por incapacidad. Trato más bien de encontrar en mi escritura el modo en que se comporta una escritura ajena: la traducción. Detectar el comportamiento de una lengua ajena en la lengua propia. Me interesa esa zona indefinida, ese territorio donde la tensión desdibuja la procedencia; porque es precisamente ahí, en esa zona indecible-indecifrable donde se materializa el texto, que, por más visible que sea la influencia, siempre es único.

El plagio, entonces, es una posibilidad extrema de operar en la zona tensa. La posibilidad más radical es traducción (el Martín Fierro en ruso, solía decir mi primo Gastón, debe ser algo notable). Podría incluso pensarse en una traducción, no ya respecto a las lenguas sino a los géneros: traducir el Martín Fierro del género gauchesco al pijaresco (Lamborghini encantado, ¿encantado?). En la posibilidad de articular nuevas variantes de indecisión encuentra su dinámica la literatura: opino que Lamborghini entendió y llevó a cabo esta operación como nadie dentro de la literatura nacional, por eso su obra adelanta (Aira explica el milagro de la escritura de Sobregondi retrocede como una traducción en prosa de una versión anterior, del mismo autor,  escrita en verso)

 

...Y el comienzo, en las reescrituras del dossier, se repite hasta hacer pensar en un comienzo infinito. Sería muy difícil decidir cuál de estos fragmentos es reescritura de cuál, cuál es anterior o posterior. Los reproducimos todos, todos semejantes y distintos, definitivos y provisorios a la vez

Cesar Aira, en “Nota del compilador” de Tadeys.

  

Ni lerdo ni perezoso, ni mito ni Lamborghi, me explayo, imito placentero, como quien se hace la paja frente al cabildo una llena lluviosa tarde de veinticinco de Mayo: ocurre que imitando me independizo. Como quien se hace una paja un diecisiete de octubre en la Plaza de los Dos Congresos, las patas remojándose (vaya oficio bautismal) en la fuente inagotable de leche  literaria: ¿acabo para poder escribir o escribir para poder acabar?

Lamborghi ni es Lamborghi(ni). Paradójica tautológica la Pijaresca inaugura y clausura para la literatura nacional el degenerado género de al pan pan y al tadey tadeus. O sea, la tautología oxímoron que tan bien ejemplifican nuestros próceres Domingos: el viejo Faustino peronista, viva Perón y los niños primero (o acaso de otra cuestión trata Tadeys), montándose al Cavallo cabeza de huevo Domingo, igual de Domingo y de pelado que el Facundo señor presidente, don Juan Domingo Sarmiento (fue la pija(resca) su lucha y su elemento).

 

Digamos entonces Tadeys: Novela Histoorica Pijaresca de un tal Osvaldo Lamborghini (fue la pija su lucha y su elemento), mito que imito (yuxtapongo su mito a la imagen que tengo de mí, inevitablemente mítica), por una vez mi palabra simulándose tautológica desatada, aunque ni cerca. Ni Lamborghi. 

 

(Nota: este texto, es evidente, aspira a ser leído por Osvaldo Lamborghini: un muerto. Los muertos están en el cielo, esa ficción que nos rebasa (lo vemos plano sabiendo que no lo es: apreciación paradójica). Yo también me pregunto si escribo para poder eyacular o eyaculo para poder escribir. Simpática disfunción sintáctica (es decir: carente de tacto), igual que aquel que se manosea como quién manosea a un difunto: ¿o acaso no es precisamente eso la literatura (litera dura)?: la meseta de un cielo de papel azul y blanco carente (¿carente?) de profundidad: ¿o acaso que cuernos es esa dura litera llamada literatura?

Mientras tanto, silba su cantata plagiaria (literaria) un don nadie enterrado en su cielo purgatorio (yo, Juan Alcorta), para un tal Osvaldo Lanborghini, el muerto: ¿y qué?)

 

Agrego la siguiente cita, que leí un par de horas después de haber redondeado la escritura de este texto que se atreve con Tadeys. Entiendo que dicha cita funciona como confirmación y esclarecedor comentario metatextual de ciertas operaciones que ejecuté intuitivamente en la medianía de una convicción vacilante. Los textos de Barthes tienen la prodigiosa facultad de rectificar la nebulosa que entreveo en el acto de la escritura (mi manera ¿deficiente? de pensar). Más que develar, Barthes aporta pruebas textuales que confirman la existencia de lo velado, su persistente opacidad:

Con el escritor de goce (y su lector) comienza el texto insostenible, el texto imposible. Ese texto está fuera del placer, fuera de la crítica, “salvo que sea alcanzado por otro texto de goce”: no se puede hablar “del” texto, sólo se puede hablar “en” él “a su manera”, entrar en un plagio desenfrenado, afirmar histéricamente el vacío del goce (y no repetir obsesivamente la letra del placer).

                            Roland Barthes, en El placer del texto.

 

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