IGNOMINIA PERDURABLE

Autor: Carlos Yusti

 

Una de las piezas más pobres en la historia de la oratoria sin duda será el discurso del presidente de los Estados Unidos, de cuyo nombre no quiero acordarme, minutos después de bombardear un pequeño país llamado Afganistán. El ataque tiene como fin buscar en su escondrijo al supuesto responsable de los ataques terroristas efectuados en Nueva York.

 

Como todo discurso posee esa gravedad irrisoria de una alta misión existencial: “Les hablo hoy desde el Salón de los Tratados (Treaty Room) de la Casa Blanca, un lugar donde los presidentes estadounidenses trabajaron por la paz. Somos una nación pacífica. Sin embargo, como aprendimos súbita y trágicamente, no puede haber paz en un mundo de terror imprevisto. Ante la actual amenaza, la única forma de buscar la paz es buscar a quienes la amenazan. No hemos buscado esta misión, pero la cumpliremos. El nombre de la operación militar de hoy es Libertad Perdurable. Defendemos, no sólo nuestras preciadas libertades, sino también la libertad de todos los pueblos de vivir y educar a sus hijos al abrigo del terror”.  Esta retórica plana y como atornillada a una elevada tarea tiene mucho de gesto cómico, de payasada histriónica por lo subrayado, enfático y barnizado de gravedad que posee. Considerarse como el bueno en esta película sangrienta es algo que debe abochornarnos como seres humanos. Las alocuciones de los talibanes no le van a la saga en estupidez al discurso norteamericano. Dividir el mundo en musulmanes e infieles es una soberana simpleza. Todo este discurso obtuso y guerrerista, de uno y otro bando, es la mayor reunión de lugares comunes y de idioteces que jamás he oído. La retórica de las bombas y mísiles cayendo sobre un pequeño país es un acto de ignominia sin precedente y tan infamante como el acto suicida en las torres gemelas.

 

Los acontecimientos bélicos de los que ahora somos sorprendidos testigos poseen distintas lecturas. Una de las cuales nos enfrenta a la evidencia( sin prurito alguno y con el animo de ser un aguafiestas para aquellos que de manera automática apoyan los bombardeos) de tener a Norteamérica como una nación terrorista por excelencia. Sus incursiones militares en otras naciones son de todos conocidas. Y no recordemos la bomba atómica, la pena de muerte y los experimentos científicos más espeluznantes que utilizaban humanos como ratas de laboratorio. Inglaterra tampoco se queda atrás a la hora de hacer valer su fuerza. Al decir esto tampoco quiero expresar que me parece justo lo que le sucedió a inocentes norteamericanos ni alguna cuestión parecida. La violencia y la muerte siempre son condenables bajo cualquier circunstancia. Pero no parece sensato obviar que Estados Unidos es una nación movida por el odio, la venganza y el afán del negocio.

 

También tenemos esa lectura religiosa sesgada. Dios como el estandarte supremo. Para los norteamericanos es el guía para alcanzar la libertad y para los musulmanes es la razón de ser de una vida que no vale nada y que se encuentra perdida en un fanatismo lamentable.

 

Cioran escribió que las religiones cuentan en su balance más crímenes de los que tienen en su activo las más sangrientas tiranías. Aquel que propone una fe es perseguido a la espera de que llegue a ser él a su vez perseguidor: las verdades empiezan por un conflicto con la policía y terminan por apoyarse en ella...Los talibanes invocan una guerra santa y fanatismo suicida hay de sobra en su llamado, pero no tienen una fe llameante, les falta una razonada mística. En sus delirios confunden odio con fe y así van aupando una guerra carcomidos por un  odio ancestral. También asegura Cioran que los patíbulos, calabozos y mazmorras no prosperan más que a la sombra de una fe. La carnicería se torna sublima si hay un Dios que respalde cualquier fechoría que se lleve a cabo alabando su nombre. Esa frase “Que Dios continúe bendiciendo la nación tal” estampada (o dicha en discursos) en declaraciones de guerra o independencia se ha convertido en la muletilla perfecta para justificar mejor ese organizado desastre que ha sido nuestra civilización.

 

En esta nueva guerra de buenos y villanos, de ungidos por Dios y corredores de bolsa del mal, se cuela esa división de civilización oriental u occidental. La civilización es una sola con muchos matices de un pueblo a otro. Con muchos tropiezos y una buena cantidad de actos inhumanos hemos llegado hasta aquí y puede asegurarse que lo hemos logrado de chiripa. También con esta nueva farsa sangrienta la historia vuelve a mover sus engranajes y la sangre es uno de sus mejores lubricantes, pone así mismo en marcha la noticia satelital y las imágenes en vivo y directo. Tiene razón Umbral cuando postula que antes las guerras se hacían para la historia y que ahora se hacen para la televisión. Un enlatado más de los gringos en horario estelar. En esta guerra mediática parece importar más la imagen de pulcritud que las víctimas de los bombardeos. Los norteamericanos saben mucho del negocio de espectáculo y por eso no pierden la oportunidad para publicitarse como humanitarios al bombardear a la par de la bombas comida. Pero que nadie se llame a engaño ninguna guerra es humanista(ni humanitaria). El horror de la guerra también puede maquillarse, la ignominia puede esconderse con una farsa de vodevil barato para que se vea en cadena nacional. Me parece repulsivo los talibán, su manera de ejercer el poder en la cual hacen gala de una brutalidad sin precedente. Detesto lo que hacen con las mujeres, la destrucción de los Budas, la quema de millares de libros y su fanatismo sin fronteras. No obstante detesto un bombardeo con las finas huellas del ojo por ojo. Me parece inaceptable apoyar el odio y la venganza.

 

La historia enseña que detrás de una pequeña o una gran guerra hay un negocio tintineante. En estas transiciones sangrientas los especuladores y corruptos prosperan como la mala hierba. Seres que a la larga son menos dañinos que aquellos arropadas por la bandera, la patria y la libertad. Los buscones y oportunistas de cualquier época han tratado de hacer con los retazos de la vida una manera elegante y lujosa de campear el temporal, sin tener conciencia que con su modo rastrero de actuar salvan pueblos y civilizaciones enteros. Los héroes, aguijoneados por grandes ideales, sin embargo llenan de cadáveres los campos y precipitan la ruina.

 

Con toda la ironía y el cinismo del caso Emil Cioran escribió: “Signos de vida: la crueldad, el fanatismo, la intolerancia; signos de decadencia: la amenidad, la compresión, la indulgencia...Mientras una institución se apoya sobre instintos fuertes, no admite ni enemigos ni heréticos: los degüella, los quema o los encierra ¡Piras, cadalsos, prisiones¡, no es la maldad la que los inventó, es la convicción, cualquier convicción total”. Los signos de vida bullen a nuestro alrededor. Nuestra pequeñez humana es el escenario ideal para la representación de grandes infamias. Aquel poema de Ungaretti sigue muy actual: “Mi corazón es el país más devastado”.

 

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